lunes, 3 de noviembre de 2008

TODO EL DÍA FUERA DE CASA Y TODO EL DÍA EN CASA





Hoy no he salido en todo el día a la calle. No me encuentro bien. Mejor en casa. Ayer estuve todo el día en la calle. Me encontraba bien, en Almendralejo. Hicimos la instalación de los zapatos, no me ha gustado mucho pero es lo que había. Fuimos 10, no está mal. Me pasé 4 horas con el brasileño de Mozambique subido en el tejado del antiguo ayuntamiento, sólo rompí una teja. El trabajo voluntario en equipo hace que todo parezca que sale mejor aunque no sea así. Los de la fundación tampoco hicieron mucho la verdad. La comida como siempre, divertida. Al regresar por la tarde, se nos estropeó la furgoneta. Vino la grúa y nos llevó hasta un pequeño pueblo cercano en el que nunca había estado. La avería no era muy grande por lo que decimos esperar a que la arreglaran. Fuimos a tomar un café al único bar que había en el pueblo. Parecía un bar de las películas del oeste, no por la decoración sino por la actitud de los pocos clientes que había. 4, incluida la camarera. Una señora de mediana edad que vestía de negro, debía ser viuda reciente. También estaban dos hombres jugando al dominó y un ausente pendiente de su copa en la barra. La camarera parecía estar haciendo cuentas. Cuando llegamos nos miraron sorprendidos y se miraron entre ellos,  no se puede decir que fuéramos bien recibidos.  Cada uno, aparentemente, continuó con lo que estaban. Parece como si no les agradase demasiado nuestra visita. La primera sorpresa llegó al pedirle a la camarera que encendiera la máquina del tabaco para sacar un paquete. Sin mirarnos contestó que no había tabaco. Pero si lo había, se veía a través del cristal de la máquina. Al insistir, uno de los jugadores de dominó se volvió hacia nosotros y con tono desagradable nos dijo: "Si ella ha dicho que no hay es que no hay ¿vale?". Ya no intuíamos que no les gustaba nuestra visita, era obvio que les incomodábamos. Pero ¿por qué?. El hombre que estaba sólo en la barra mirando fijamente a su vaso, nos miró fijamente. La camarera le hizo un gesto extraño para que dejara de mirarnos y el hombre respondió en voz alta: "miro a quien me da la gana". Uno de los jugadores, el más joven, se levantó, cogió al de la barra por el brazo y lo llevó forzado hasta lo que parecía ser la cocina. Uno de nosotros preguntó "¿Pasa algo?". La camarera sin mirarnos contestó: "Nada que a ustedes les importe, y dense prisa que voy a cerrar". Sin embargo el jugador acababa de pedir un cuba libre. Yo aún tenía hambre y al ver colgados unos chorizos, queso e incluso un jamón me entró aún más apetito. Pregunté a la camarera si podía darme un bocadillo. Miró al jugador de dominó como buscando la respuesta. "No puede ser, se ha terminado el pan". "No importa déme entonces una ración" dije yo. Ella lo pensó y dijo: "Ya les he dicho que vamos a cerrar y no puedo poner nada más". En ese momento salió sólo uno de los hombres de los dos que habían entrado en lo que parecía ser la cocina, era el jugador. Se dirigió a nosotros y nos dijo: "Váyanse que tenemos que cerrar". La cosa se ponía más impaciente de lo previsto. Uno de nosotros contestó: "Hasta que no acabemos de consumir lo que hemos pedido no nos vamos a ir, además no hemos pagado". El hombre se mostró algo violento en sus palabras: "No tienen que pagar nada, están invitados, y váyanse ahora mismo". Se produjo un tenso momento de silencio y mientras apuramos lo que estábamos bebiendo se oyó de pronto una voz de mujer desde dentro.  Apenas resultaba ininteligible pero si parecía pedir ayuda o quejarse. El hombre que estaba sentado se levantó y entre los dos nos empujaron para que nos marcháramos. Cuando llegamos al taller donde estaban arreglando la furgoneta, le preguntamos al mecánico por el extraño comportamiento de lo ocurrido en el bar. Y nos dijo "¿Bar? Aquí en este pueblo no hay ningún bar abierto los domingos por la tarde". 

No hay comentarios: