domingo, 23 de noviembre de 2008

La ciudad medio vals, los muebles, las tetas y las cabras





     Cuando un turista me pregunta donde está determinada calle o monumento, siempre me quedo con ganas en engañarle. Es un mal pensamiento que habita en mí desde pequeño pero nunca lo he hecho, en el fondo no soy tan malo (como debiera). Ayer volví a experimentar una agradable sensación en las calles de los turistas. Aunque están ocupadas por ellos todavía hay sitio para sentarse, ver pasar gente, beber un gintonic, hablar con sus vecinos y disfrutar de esos momentos que uno siente cuando visita un lugar lejano, maravilloso e imposible de vivir en él. En este vivo, y hay días como ayer que cierro los ojos porque estoy bien y pienso "quien pudiera vivir aquí". Y luego los abro y vivo allí. Estas piedras, además de vivirlas también me las he trabajado. He penetrado  pasadizos secretos de curas listos, torres para militares aburridos, recovecos inaccesibles  de los jesuitas, sótanos inservibles para la cultura, trozos de murallas separatistas, jardines para pájaros muertos, vendedores antiguos de recuerdos y dedales, condesas tan feas como sus tejados, palacios residencias de ratas, despachos, tabernas, artistas, viejas, pobres, obispos, monjas y riquísimos dulces de hojaldre. Todo eso es la antigua parte, también conocida como ciudad medio vals. Por eso quería que el hotel inicial de atrio estuviera aquí atentando contra los fantasmas inquisidores del medievo que aún quedan por aquí. Su impacto sería una bofetada fresca en la arrugada cara de ese dinosaurio de corazón y no de edad al que llaman patrimonio. Está(n) chocho(s)
       Acabo de entregar mi obra para la violencia de genero. Acción directa para una causa emergente. La he entregado en una casa donde no había paredes, ni puertas, ni ventanas, ni pasillos, ni habitaciones, ni siquiera creo que hubiera casa. Solo había muebles. Para entrar, como no había puerta, he tenido que abrir una estantería del siglo XVIII. Y para salir lo he hecho a través de  un armario.   
         Y puta casualidad, almuerzo dos días gratis en casa de dos cocineros (particulares) de luxe, y en ambos me sirven manazas de guarro (eufemísticamente manitas de cerdo). No me gustan, pero lo intento. Hasta que me entero de la noticia: no hay postre. A tomar por culo las putas manitas del asqueroso cerdo, ya no como más. La gente se está haciendo muy egoísta y no piensa en los demás , la gente se está olvidando de valores universales que hacen que en la humanidad  haya armonía, buen rollito y ganas de vivir, aunque la vida sea una mierda. La gente está sembrando, sin saberlo, semillas de maldad; y esto va a pegar un día un pedo que no lo va a conocer ni la madre que lo parió. Y la gente no sabe que sólo con hacer un sencillo gesto todo se puede arreglar: poner siempre postre en las comidas. 
    Por la tarde y después de comer sin postre a  uno sólo le quedan ganas de coger una escopeta, salir a la calle y disparar sin-parar. También se puede ir a ver ordeñar cabras. Y a eso he ido (no tenía munición para la otra opción, es lo que tienen los domingos por la tarde que está todo cerrado y no puedes comprar ni balas). Hace tiempo que nos había invitado uno de los cabreros. Tienen más de 100 cabras y por tanto mas de 200 tetas que ordeñar. Pero no lo hacen ellos, lo hacen las máquinas. Y mejor que ellos, dicen. Aunque el más joven cree que las cabras prefieren sus manos a los chupaleches mecánicos. Algún día que se ha estropeado la máquina han tenido que hacerlo a mano. Noto que no sólo le gusta a las cabras el contacto humano, al cabrero joven también le agrada el contacto animal. Mientras contemplábamos el proceso, uno de los machos cabrios, el cabrón, se ha enfadado y ha comenzado a dar cornadas a una puerta. Parece que escuchaba la conversación y ha querido advertirnos que  a las cabras, sexualmente hablando, sólo las toca él. Nuestra amiga, la única hembra que allí había, ha sentido lastima del macho, cabrio. Se ha acercado a la puerta donde el bicho estaba llamando la atención,  y al intentar calmarle con una palmadita en la cabeza, este, el bicho, le ha dado tal trompazo a mi amiga que la ha empotrado sobre la máquina de ordeño. Ha sido tal la hostia que ella cree que se ha roto una costilla y la maquina por supuesto se ha estropeado, se ha parado. Vaya mala suerte. Y encima a la única mujer que hay allí, dice la única mujer que hay allí.  Le da igual el sexo, dice uno de los cabreros. Los otros dos están muy enfadados y preocupados por lo que acaba de pasar, no por la costilla de ella, sino por la maquina averiada. Acababan de empezar y tienen que entregar hoy sin falta la leche para hacer los quesos en la fábrica del pueblo. Menudo marrón. Solución: todos a ordeñar. Tampoco es tan difícil, al final le coges el tranquillo y como si estuvieras tocando las castañuelas. Hemos ordeñado 92 cabras y hemos extraído, manualmente, más de 300 litros de leche. Estamos cansados y los cabreros muy contentos. Para alegrarnos, dicen que con el ordeño las manos adquieren una sensibilidad especial a la vez que una vigorosa habilidad para las artes masturbatorias.
     Miramos los enormes cántaros de leche con orgullo, es nuestra leche, nos sentimos como se debe sentir la matrona al sacar  un niño del coño de sus madre.  Al salir del establo,mi amiga la del trompazo, tropieza sin querer con una cuerda que sujeta el carro donde están situados los cántaros con la leche. La cuerda se desata y la parte delantera del carro se inclina hacia arriba, se caen  los cántaros de leche hacia atrás y se termina vertiendo por el suelo casi toda la leche que le habíamos sacado a las tetas de las cabras.
    

1 comentario:

Anónimo dijo...

Glubs... Ahora sé por qué tengo que tener dulces en casa!
Mr. C. Loost