


Ayer no escribí mi dosis necesaria de blog. Un día advenedizo ciertamente. Por la mañana en la ceremonia de la autopsia conocimos detalles que no explican nada pero que forman parte de la ceremonia de la confusión. El abrazo de una madre con un hijo muerto al lado no es un abrazo es un soporte, es agarrarse a algo para no caerse. Y siempre en los cementerios hay alguien detrás con ojos de vidrio y boca de rejas. Hoy han aparecido muertas dos personas en la afueras adosadas. La hija de la inconforme ha salido a su madre, he oído en 1o minutos un relato violento pero real. Y ya está bien por hoy. Ahora vamos de la tragedia a...¡tachin tachin!... ¡la comedia!. He cambiado de móvil. Cuantas cosas de la cotidianidad ordinaria estoy descubriendo disfrutando gracias a mis vaca-acciones. Las burras del móvil parecen espabiladas a pesar de que no resuelvan nada (perdón, siento una gran admiración y querencia por los burros, son mi patria son mi infancia).
Ahora camino mucho por la calle a horas tempestivas. Puedo dedicarle más tiempo a la mirada de lo urbano cotidiano. Me detengo sin prisa y a ver cómo unos albañiles que destruyen para construir han levantado un gran monumento a lo urbano cotidiano con toques conceptuales de la pesada crisis. Es una obra de arte, con rejas y todo. Es perfecto para cualquier crítico insípido con ínfulas. No puedo resistir hacer una foto a este monolito sublime, y alto y grande. Repito, perfecto para una sacerdotisa del arte contemporáneo. Al verme hacer fotos uno de los obreros se dirige a mí, invitándome a pasar dentro de la obra para hacer más fotos. Ha pensado que mis retratos son de denuncia, son políticos. Le acompaño y efectivamente lo que intenta es denunciar, señalar, carencias de seguridad en el trabajo. No le voy a quitar sus ganas de utilizarme para mejorar. Ya que estoy dentro continuo mirando y hablando con los albañiles, casi todo peones. Hay uno que parece rumano. Lo es. Apenas habla sólo carga escombros y los lleva al gran monumento de la entrada. Me fijo un poco más en todo y en todos y observo que aquello que yo he convertido en una obra de arte es... una obra de arte. El rumano es el artista. Él se encarga de ir colocando de forma premeditadamente estética cada montón de cascajos, añicos, desechos, residuos..... Uno de los obreros se ha dado cuenta de mi observación. Me cuenta que el rumano era (es) artista en su país y ahora sigue siéndolo en el tajo. En todas las obras en las que trabaja convierte cada montón de basura de piedra, cemento y ladrillos en artísticas obras esculturales y por supuesto efímeras. El albañil que me lo cuenta lo resumen con estas palabras: es sólo un montón de escombros, pero si a él le hace ilusión y es más feliz no nos cuesta nada hacer una obra dentro de la obra.
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