sábado, 20 de diciembre de 2008

LA RESACA DE LA SEDUCCIÓN





      La resaca de la seducción puede ser tan jodidamente asquerosa, o más, cómo la resaca del alcohol. Es mucho peor, la de del alcohol al menos te queda sin ganas de nada sólo de estar tirado y esperando que llegue la hora de dormir para resucitar otra vez. Sin embargo con la otra (supuestamente) estás lúcido y sin dolores de cabezas y otras extremidades. Y por eso es peor, la lucidez crea estados imposibles, no te impide pensar y desear, y repetir y empezar.¿Y to pa qué?   Estoy harto de tantas resacas y de tantos molinos. Es inútil que busque porque aunque lo encuentre no lo voy a reconocer y además ¿Qué coño estoy buscando?. 
    El día de ayer y el de antes de ayer han sido días sombríos de desequilibrios, arrebatos y hasta delirios. Tan desequilibrados que puede que ni incluso hayan sido así y sólo me lo hayan parecido. 
   En el primero de estos dos días, hasta descargué agua envenenada de rabia y nosequé  en la calle, en mitad de la calle, sobre una pared cerca de la Plaza de Italia. Por la mañana placer y belleza, corporal y visual, con descarga también, para no variar. Luego se anuncio día de gloria para Roma y apenas lo sentí. Y después tarde de angustia incontrolada (fantasmas incluidos) y si lo sentí, y lo regué, y de ahí vinieron las lagrimas. Y con ellas di por finalizado el error de roma y la traición, como luego me recordó el de la calle caleros en un mensaje: "estás rodeado de traidores".  Y ya en mi casa me reconcilié con mi puntual desequilibrio, arrebato y delirio. Y me rasqué los huevos con ello. 
   Y de pronto llega el segundo día bien cargadito, y después de la tempestad llegó un temporal calmado, apasionado y acariciado. Y de nuevo la lección sempiterna: paciencia. Y llegó. No había nadie fuera ni dentro  solo nosotros dos. Tan perfecto que no parecía mi realidad y tan completo que parecía ficción. Y bebí tanta seducción, con hielo y sin hielo, que así tengo hoy la resaca que tengo. 
   En las resacas de ginebra no te preguntas nada , en estas sí. Y eso es lo peor. Si pudiera tomarme una pastilla para olvidarme algunos días felices seguro que sería más feliz. Si pudiera vacunarme contra las preguntas sin respuestas seguro que no me dolerían tanto mis propias y asquerosas "inquieguridades". Podría matar a alguien a sangre fría sin  que me temblase el pulso pero estoy seguro que sería incapaz de elegir a ese alguien. 
   Y al final no vino luego a dormir pero se quedó algo aquí para poder volver. ¿No es eso una gran putada, joder?. No.
   En cierta ocasión y también en otra (puta) navidad, prometí a alguien regalarle el primer amanecer del año y se lo creyó. Ya ves, valiente cursilada de guión fácil, yo que voy de anticursi.  Y vino desde lejos a por su regalo. Me pasé todo el día como un buen caballero, envolviendo y adornando el regalo prometido. Y resulta que de nuevo resultó mejor el envoltorio y el adorno que el propio regalo. El primer amanecer del año..... resultó ser en realidad el trailer de la (mi)  película del año. 
 
    ¿No te han entrado nunca ganas de preguntarle a un desconocido en la calle qué que le pasa? A mí muchas veces. La situación siempre es la misma. Estoy sentado en un banco en el parque y alguien está, o pasa, cerca de mi. Me mira y entiendo que me está diciendo: ¡si tú supieras lo que me pasa! o ¡si te pudiera contar lo que me pasa!.  Y entonces yo le miro diciéndole: ¿Qué te pasa? o ¡creo que se lo que te pasa!.  
      Hoy cuando he ido a pasear con el perro había muy poca gente, eran las 3 de la tarde, mi hora del parque favorita. Estábamos sólo tres:  un padre con sus dos hijos pequeños que hoy tocaba sacarlos y estaba hasta la polla de esta nueva y absurda situación de tener que sacar a los niños por obligación el día que el juez ha marcado y no cuando a él le dé la gana. También estaba sentada una señora que no quería quedarse sola y cada vez que alguno de nosotros dos (el padre cabreado o yo) cambiamos de lugar obligados por sus hijos o por mi perro, ella, la señora que no quería quedarse sola, se cambiaba también lugar y se ponía junto a nosotros. Y al final consiguió juntarnos a todos, a los tres, más los dos niños pequeños y mi perro. Cuando me di cuenta estaba ella en medio y a ambos lados nosotros. En una parte el padre en los columpios con sus hijos y en la otra yo leyendo y con el perro jugando cerca.  
Y ella en medio feliz mirándonos porque éramos la familia que en su casa no podía tener. 
  
    
   

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